El ojo humano necesita parpadear para distribuir por su superficie la lágrima producida en las glándulas lagrimales. Dicha lágrima está formada por 3 capas; lipídica (una capa impermeable que permite retrasar la evaporización de la lágrima), acuosa y mucinosa (permite que la lágrima quede adherida a la superficie ocular). Tiene numerosas funciones (de arrastre, antiséptica, óptica y de nutrición), siendo la función lubrificante la más conocida.
El ritmo de parpadeo varía mucho entre individuos e incluso en un mismo individuo dependiendo de la situación en la que se encuentre. Por ejemplo, al fijar la visión en algo durante mucho tiempo como puede ser al usar un ordenador, disminuimos la frecuencia de parpadeo, aumentando con ello la evaporación de la lágrima y presentando los típicos signos y síntomas de “ojo seco”. Teniendo todo esto en cuenta, la media de parpadeo de una persona suele ser de 15 a 20 veces por minuto. Sin embargo, esto es mucho más de lo necesario para mantener el ojo lubrificado, por lo que se plantea la idea de que el parpadeo ocular pueda tener otro significado biológico, aparte de los ya conocidos, pues no tendría sentido ese exceso de parpadeo teniendo en cuenta que bloquea nuestro campo de visión más tiempo del requerido para mantener la salud ocular.
La hipótesis sobre el parpadéo
Ante esta idea, científicos de la Universidad de Osaka (Japón) han desarrollado una hipótesis; cuando parpadeamos, el cerebro descansa. Para comprender esto, hemos de saber que a nivel cerebral distinguimos dos redes neuronales fundamentales; la red neuronal por defecto (RND) y la red neuronal de atención dorsal, constituidas por subsistemas interrelacionados entre sí que muestran una correlación funcional. La RND se activa en estado de reposo, liberándonos de la atención de estímulos externos y permitiéndonos centrarnos en procesos mentales o tareas cognitivas, es decir, nos permite la introspección. Por el contrario, la red neuronal de atención dorsal se activa en los momentos en los que estamos desarrollando una tarea, permitiéndonos centrar nuestra atención en aquello que nos rodea.
Por otra parte, hemos de ser conscientes de los momentos en los que tiene lugar el parpadeo espontáneo, pues si prestamos atención, ocurre siempre siguiendo unas pautas determinadas. Parpadeamos por norma general tras momentos de gran atención, como si esto nos ayudase a procesar aquello que está ocurriendo; por ejemplo al final de las frases durante la lectura, o en las pausas que hace un interlocutor durante una conversación, o en los momentos de cese de actividad en una película…
Juntando estas piezas de información, se han realizado diversos estudios en los que se ha podido comprobar que en aquellos momentos en los que se produce un parpadeo espontáneo (precedidos de momentos que han requerido cierta atención a estímulos externos), disminuye la actividad en la red neuronal de atención dorsal, y aumenta la actividad en la red neuronal por defecto. Esto ha sido estudiado mediante el uso de imágenes de resonancia magnética funcional que nos muestran el metabolismo y flujo sanguíneo, y por tanto la actividad, de cada zona cerebral en determinados momentos.
De ello se concluye que el parpadeo está involucrado en liberar la atención de forma activa de nuestro entorno, para poder centrarnos en procesos mentales internos.